El reflejo podrido
Dices que me amas,
pero en mi ausencia te deshaces en otros brazos,
te escurres como lluvia en tierra ajena,
te derramas sin pudor,
sin temor,
sin memoria.
No, tú no amas.
Los perros se revuelcan en la carne sin pensar,
pero nosotros, los que sentimos el fuego y el hambre,
amamos con el cuerpo
como se ama una obra que nos desgarra,
como se toca la eternidad
con manos ensangrentadas de pasión.
Siempre lo mismo.
Mi sombra apenas ha cruzado el umbral
y ya buscas en otra piel
el consuelo que nunca supiste construir.
Eres de todos cuando no estoy,
y aún así me pides confianza
como si la fiebre de tu carne
no gritara más alto
que las canciones que me dedicas.
Dime,
Si tu deseo es más fuerte que tu palabra,
si tu ansia es más fiel que tu amor,
si incluso debo rogar para hablarte
después de enfrentar tu engaño hacia ti mismo,
como un mendigo arrastrándose
por un amor que nunca ha sido suyo.
No, tú no amas.
Tú solo buscas un reflejo de ti misma
para pudrirlo,
para corromperlo,
para arrastrarlo al abismo
en el que tú misma te ahogas.