En mi tiempo, donde los sueños se desdibujan,
habitan recuerdos de lo que fue y nunca más será.
Un tiempo en que las calles susurraban secretos,
y estrellas se reflejaban en charcos de la ciudad.
Un hombre caminaba con soles en sus ojos,
perseguía amores que se esconden detrás de los huertos,
amores como pájaros, que al intentar tocarlos, desaparecen.
Ella, con sus cabellos de fuego y sonrisa de alquimia,
se fue diluyendo entre los días, como tinta en agua.
Los amigos, esos fantasmas que alguna vez rieron,
compartieron vino, carnes y tardes de lluvia,
se convirtieron en sombras que el viento arrastra.
En un rincón de un lugar donde solían encontrarse,
aún resuenan sus voces, ecos de un tiempo que huye.
La vida misma, ese río incesante,
se lleva consigo risas y llantos,
dejando apenas un rastro de lo que fuimos.
Cada paso dado, un escrito en arena,
borrado por las luces inclementes del tiempo.
Pasiones, como fuegos fatuos en oscuridad,
ardieron brevemente, consumiendo la noche.
En sus cenizas, queda el perfume del pecado,
un susurro de lo que pudo y no fue.
Y en el crepúsculo de la memoria,
se alza un mundo tejido de sueños perdidos,
de amores que se disolvieron como sal con en el viento,
de amistades que se desvanecieron en la bruma,
de una vida que se dispersa en el olvido,
y de pasiones que arden en el corazón del infinito.
Allí, en el rincón más escondido del alma,
las parábolas se entrelazan como raíces,
creciendo hacia el cielo de lo inalcanzable,
donde los sueños se encuentran y se pierden,
y donde, quizás, en el silencio del amanecer,
renace la esperanza de lo imposible.
JPabloc